Nunca he sido espiritual en el sentido en el que tú entiendes la palabra. Nunca he ido a los templos o a las iglesias, nunca he leído las escrituras, ni he seguido ningún sistema para encontrar la verdad, tampoco he adorado o rezado a Dios.
Para mí, la espiritualidad es algo completamente diferente.
Las historias de mi infancia, indican todas esas cualidades de una forma u otra. Nadie las llamaría espirituales, pero yo las llamo así porque considero que me han dado todo aquello a lo que un hombre puede aspirar.
Para mí, ser espiritual significa encontrarse a sí mismo.
La aldea donde nací era una aldea preciosa, sólo había unas cuantas cabañas cerca de un estanque y algunos árboles altos donde yo solía jugar.
No había escuela. Eso es muy importante porque, durante mis primeros nueve años, que son los más formativos, no recibí educación.
Después, aunque lo intenten, ya no te pueden educar; aunque tenga muchos títulos académicos, y también tengo el título de maestro de enseñanza superior.
Pasé mis primeros años con dos hombres ancianos —mi abuelo y su viejo criado—, y con mi anciana abuela.
Aquellos primeros años los pasé tan solo que comencé a disfrutarlo; estar solo es realmente una bendición.
Nuestra casa estaba en un lugar muy hermoso, justo enfrente de un lago. El lago estaba lleno de flores de loto, y yo me sentaba durante horas feliz conmigo mismo, como si el mundo no importara.
Por eso durante esos siete años nadie trató de corromper mi inocencia; no había nadie. Aquellos tres ancianos que vivían en la casa, el criado y mis abuelos, me protegieron todo lo que pudieron para que nadie me molestase.
Mis abuelos preferían dejarme lo más natural posible, especialmente mi abuela. Esas pequeñas cosas afectan todos los patrones de tu vida.
Soy afortunado en muchos sentidos, pero la mayor fortuna ha sido tener a mis abuelos maternos... y aquellos primeros años dorados...
OSHO:
"Autobiografía de un místico espiritualmente incorrecto"
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